Marcel Giró


Prensa

La perspectiva plana

Josep Casamartina i Parassols.
El País, 26 abril 2017

El fotógrafo Joan Vilatobà (Sabadell, 1878-1954), uno de los primeros pictorialistas catalanes, y también españoles, era enemigo de los artificios que utilizaban otros colegas a la hora del revelado, para conseguir que la fotografía estuviera a la altura de la pintura y en diálogo con esta. Ni las impresiones en papel imitando tela ni los efectos y retoques posteriores en el momento de disparar lo satisfacían. Era enemigo de cualquier manipulación, más allá de hacer copias impecables. La fotografía se tenía que ganar un lugar entre las artes mayores, por derecho propio, no por imitación de las otras. El pictorialismo, tanto el directo, claro y conciso, de Vilatobà, como el que quería “mejorar” la técnica mediante la artesanía, pasó de moda en los años veinte del siglo pasado. Movimientos como la Nueva Objetividad, la Nueva Visión y, también, el surrealismo —que en fotografía dio ejemplos magníficos—, dejaron atrás, una década después, cualquier cosa que quisiera imitar un cuadro de aires más o menos convencionales. Las sobreimpresiones, los encuadres osados y la mirada a los detalles de las cosas, al mecanicismo, la publicidad, la arquitectura moderna, los cactus y otras plantas, al cuerpo humano desnudo y fragmentado, a la moda y el cine, aportaron un nuevo lenguaje, autónomo y bastante desatado de la pintura.

Marcel Giró (Badalona, 1913-2011) se inscribe de pleno en esta otra tendencia, sin embargo mantendría un interesante diálogo con la pintura, no la académica sino la abstracta de su tiempo. En este aspecto, mantiene una gran concomitancia con su coetáneo Toni Sirera (Barcelona, 1911-Lleida, 1975). Pero si Sirera ha sido cada vez más vindicado, Giró queda todavía como un desconocido en su casa. Es la gran diferencia de los artistas que se quedaron en el país y los que se exiliaron a raíz de la Guerra Civil. Cataluña es un país pequeño, y si alguien se va, pronto queda llenado el vacío que deja atrás. Esto ha pasado con muchos artistas que eran jóvenes en treinta y huyeron por razones ideológicas. Algunos, como por ejemplo Antoni Clavé, Apelas Fenosa o Emili Grau Sala, gracias a lograr una cierta fama afuera y a galeristas competentes que los defendieron aquí, mantuvieron un buen reclamo. Pero otros, como por ejemplo Joan Junyer, Remedios Varo o Esteve Francés, estando ya en el exilio, poca gente los recordó tal como se merecían. Excepto, eso sí, de Sebastià Gasch, que hablaba con deferencia siempre que podía.

Giró, como Junyer o Francés, volvió cuando el dictador había muerto y se instaló de nuevo en Badalona. Pero entonces nadie rindió honores a su brillante trayectoria, entre otras razones porque quizás nadie la conocía. Ahora la galerista Rocío Santa Cruz nos da la oportunidad de acercarnos y conocer de primera mano las magníficas fotografías del badalonés, hechos en el Brasil en los años cincuenta, así como algunas de los años treinta, y otras ya hechas en los setenta. Todas son copias de tirada original, hechas por el autor en la época, y de una medida bastante grande, 30 x 40 cm, un hecho bastante excepcional. La selección se centra en el aspecto más moderno de su trabajo, obviando la faceta de retratista, en la cual también destacó y era reconocido en el país americano donde residió tantos años. Giró era uno de los principales miembros de la llamada Escuela Paulista, foco de la vanguardia brasileña. Por eso mismo, el Museum of Modern Art de Nueva York adquiría, el año pasado, ocho fotografías representativas para su colección.

La obra de Giró conecta directamente con la vanguardia de los años treinta y la lleva al límite, de modo que la abstracción que bordea la hace devolver a la pintura, pero a la más contemporánea, tal como hacía Sirera. Pero si este último iba a buscar la parte irreal de la propia realidad, el badalonés buscaba el detalle que, a pesar de ser voluntariamente reconocible, remitía a una plástica depurada, esteticista sin caer nunca en el amaneramiento, y con conexiones en el mundo extremo oriental. También, a veces, mantenía connotaciones con la pintura geométrica, de Joaquim Torres-García y los artistas neoplásticos. Tanto en la relación con la arquitectura como con la naturaleza, la visión de Giró es extremadamente poética. Uno de los rasgos más singulares, aparte de los temas y los encuadres, siempre exquisitos, es la ausencia de sombras, un hecho que confiere una atmósfera suspendida a las fotografías y elimina el sentido de la perspectiva. De las tres dimensiones, los objetos, plantas, personas y construcciones, se transforman en dos, en un solo plano, hipnótico, contemplativo y extático.


El País